Durante las últimas semanas hemos
sido testigos del resurgimiento, en la discusión política, de la cuestión
indígena a raíz de las últimas declaraciones del intendente Huenchumilla. Por
primera vez en más de 40 años que una autoridad política del Estado de Chile se
atreve a poner en el centro del debate y de las políticas públicas el punto
clave para destrabar caminos de mayor justicia para nuestros Pueblos Indígenas
en general y mapuche en particular. Esto es la restitución de las tierras
usurpadas por el Estado de Chile y sus políticas asimilacionistas a lo largo de
su más de 200 años de existencia.
En una de sus últimas
declaraciones, el intendente Huenchumilla sostiene que es un problema político,
es decir y en esto le concedo la razón, tiene que ver no con lo legal sino con
lo ético, que no siempre van de la mano. El tema no es judicial, es político.
Más aun, pone como núcleo de su postura la inequidad de la tenencia de la
tierra al sostener que “en La Araucanía no puede haber
cientos de familias viviendo en una hectárea cuando al lado hay caballeros que
tienen 2 mil. Tienen que entender que deben entregar su fundo, porque esa es
una injusticia total y absoluta”.
Aquí está el centro del debate y de toda la tensión que se
vive hace mucho tiempo. Argumento que uno ha escuchado desde hace mucho tiempo
por parte de dirigentes mapuche y que también la Iglesia ha defendido[1].
Está en consonancia con la fe de los que pertenecemos a la Iglesia Católica.
Y más aun ahora que el mismo Papa Francisco nos lo recuerda al sostener el
destino universal de la tierra: “la posesión privada de los
bienes se justifica para cuidarlos y acrecentarlos de manera que sirvan mejor
al bien común, por lo cual la solidaridad debe vivirse como la decisión de
devolverle al pobre lo que le corresponde”[2].
Hace eco de una doctrina muy
antigua en la Iglesia
y nos urge a los católicos a luchar por estructuras más justas. Los mismos
católicos (incluida la misma Iglesia) que en razón de su riqueza, poder o
estatus, estamos llamados a redistribuir equitativamente lo que tenemos al más
desfavorecido. Tal y como dice el Papa Francisco citando a Pablo VI:
"los más favorecidos deben renunciar a algunos de sus derechos para poner
con mayor liberalidad sus bienes al servicio de los demás"[3].
Es un llamado a la solidaridad
profunda. Esa que nos implica. La que nos hace como dijo el Padre Hurtado salir
de la mentalidad de la caridad (dar lo que sobra) y luchar por la justicia: “La
caridad comienza donde termina la justicia”. De esta manera no solo
podremos ir saldando una deuda histórica con nuestros pueblos indígenas, sino
también podremos ir construyendo la paz social.
Carlos Bresciani L., sj
Sacerdote Jesuita de
Tirua
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